CUENTO
Gracias Isabel por compartirlo, saludos
MICRO CUENTO MANIFIESTO
isabel guasch
María Elena amaneció temprano en la mañana fresca y nublada de Uruapan. Despertó ansiosa, preocupada por Fausto, su marido del otro lado. Atándose el pelo en una cola de caballo fue a la cocina para hervir agua y salió al patio, al fregadero. Mientras tallaba las manchas del uniforme de los niños se le escurrieron seis lágrimas que rápidamente se diluyeron con el agua jabonosa y las gotas que chispeaban del cielo gris.
¡Carájo! Soltó entre dientes. Su expresión resonó hasta Chicago, dónde a Fausto se le puso la piel de gallina. En el trayecto hasta allá, el sentir de María Elena fue cargándose de fuerza en casa de sus vecinos "Los Gordos", en la caseta de cobro de Parral, en la hamaca colgada en Chacahua, en el taxi colectivo que baja a San Cristóbal, en la almohada de Sonia la de Tijuana, en la mente y el corazón de casi todo un pueblo desperdigado en cualquier tipo de lugar y situación más al norte o más al sur.
Esa misma mañana en el preciso momento en que María Elena volvió a la cocina para apagarle al agua hirviendo, Don Goyo encendió la radio en la caseta de vigilancia del "Albergue tutelar para menores infractores" de Chilpancingo, se hablaba de una reforma anticonstitucional o inconstitucional. Vaya usté a saber… Sepa, Dios… dijo Don Goyo.
Y mientras que Dios sea el único que sabe de esas cosas… El ¡Carájo! De María Elena nos va a seguir invadiendo, hasta chuparnos los huesos. ¿Necesitamos vender el petróleo para poder ir a la universidad y así lograr entender? Tal vez baste con levantar la cabeza y ver de frente qué es lo que causa tanto dolor en nuestra vida diaria.
México se quedó sin campo. Hace unas décadas ya, que no hay personas ni presupuesto suficiente para cultivar la tierra. Las familias se desmembraron. La tierra, las mujeres y los niños se quedaron desolados. Los hombres se fueron con la esperanza de sanar sus heridas con los billetes esos verdes, los que creen en Dios. El desgarre sigue, ahora hasta mujeres y niños se ven obligados a partir o morir. El dólar no ha sanado nada; por el contrario la pobreza y el engaño son de las pocas cosas que en México son gratuitas. El agua misma tiene que pagarse al precio de una botella de plástico que ensucia y destruye la naturaleza y que se hace con tecnología petroquímica extranjera, cuando no se compra obligadamente endulzada y colorada. Y nos quieren hace creer que hay que vender nuestro país para salvar esta situación… La gente no necesita de la educación superior para saber que las cosas no están claras ni andan bien.
El discurso retórico evasivo y engañoso de un gobierno al que le sangran los dedos de tanto dar atole, ya no lo creen ni los que lo pronuncian. Los medios, las iglesias y el estado parecen no ofenderse ni preocuparse por el hambre, la obesidad, las adicciones, la neurosis, el crimen… la desesperación y la miseria que sufre la gente. Pero la gente sí que está cansada, triste y dolida de todo esto.
Es urgente frenar la violencia pública y privada, detener la prostitución a la que nos obligan los supuestos grupos de poder. Es necesario explorar y explotar nuestra conciencia para volver a ser humanos que aman y protegen la vida, La Tierra, a su familia. Ya basta de egoísmo y de individualismo. Debemos volver a mirarnos a los ojos unos a otros; saber escucharnos y amarnos. Hay que frenar la guerra entre pueblos y la guerra interna que cada uno lleva dentro, hay que cederle lugar a una coexistencia que comprende y pide que cada uno sea único. Necesitamos un momento para recordar que sin La Tierra, el petróleo, los mares y ríos, la vegetación, los animales y principalmente sin nuestros hermanos somos nadie. Un nadie homogéneo que sufre por no aceptar y compartir su ser diverso con los demás.
No podemos seguir desatendiendo nuestro trabajo, por hacer el trabajo de otros; ni seguir regalando nuestra riqueza a cambio de deudas, de hambre y violencia. Ya estuvo bueno de mentiras y atropellos. Hoy México necesita que los mexicanos se paren dónde les corresponde para desplazar a quien nos ha quitado nuestro lugar y poder restablecer los lazos entre hermanos. Nadie puede vender nuestro petróleo, ni nuestra tierra y menos a nuestros hombres, ni a nuestras mujeres. Hay cosas que ni se venden ni se compran y México es una de ésas.
¡Ya basta! Pensó Fausto, tan fuerte que sus compañeros de trabajo lo escucharon. Basta de no poder abrazar a mi mujer, de no enseñar a mis hijos y de no poder estar parado en mi tierra. Por un momento Fausto se voló en un diálogo imaginario: "I am heading south Mr. Me regreso a mi tierra." Le dijo a su patrón. Se sentó en la mesa de su casa de Uruapan, dónde pegaba un rayo de sol y saboreó el café y el desayuno que María Elena le había preparado, antes de empezar su día de trabajo, aquí mero, en su país, en su tierra.
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